Modernidad
EL SUJETO DETERMINA AL OBJETO,
esa fue la sentencia que anunció la revolución epistemológica
de la Modernidad. El sujeto ilusorio, no es más que la presencia
dominadora de Occidente, es quien determina la forma cuasi única
de ver y entender el mundo. Las leyes de la Razón son las que
dictan el acontecer de los fenómenos, para fijar en los objetos
una imagen del mundo. Heidegger planteó que el mundo se ha convertido
en imagen, el mundo deja de ser escuchado y se percibe como representación.
En este sentido se puede afirmar que se produce al objeto y así
el camino de la ciencia moderna se desarrolla generando no sólo
una interpretación exacta del cosmos, sino una producción
y reproducción del mismo.
En la actualidad cuando hablamos de ciencia tiene un sentido muy distinto
al de doctrina, difiere de la scientia de la Edad Media, así
como la episteme de los griegos. La ciencia griega nunca fue
exacta, porque su esencia así lo mostraba, en algún sentido
tampoco lo necesitaba. La ciencia moderna se construyó bajo los
cimientos de la ciencia griega, Newton hubiera sido imposible sin Euclides,
Arquímides o Pitágoras, esto es cierto, pero, ¿cuál
es la diferencia?, ¿qué es lo que encierra dicha ciencia
y por qué aún nos preguntamos por ella?
La diferencia del cientista griego es que conserva la congruencia entre
los objetos naturales, a diferencia del cientista moderno, quien altera
las cosas, construye modelos intelectuales que se oponen a los hechos
tales como los presenta la experiencia inmediata. La ciencia moderna
está fundada en la exactitud, es decir el método de investigación
está generado a partir de la física matemática.
La explicación de la naturaleza es a partir de los números
y del cálculo. Pero a partir de la herencia de los empiristas,
la ciencia moderna se funda en la investigación y en el experimento
y teniendo como base leyes generales. La razón se hace legislativa
de la experiencia.
La ciencia moderna está determinada por un tercer proceso fundamental:
la empresa, es decir, que se institucionaliza. La idea de progreso está
implícita en la ciencia moderna por lo que tiene la obligación
de dar resultados eficientes y exactos.
Lo que surge a partir de Copérnico y Galileo no sólo son
ideas brillantes, sino lo que ocurre es la transformación de
la razón humana, lo que modifica la historia futura. La razón
moderna adopta una nueva postura y se plantea nuevas metas que abarcan
todo lo que es. El cambio alcanza a todo resquicio de la existencia
humana. Aun las ideologías políticas que dominan el mundo
moderno son diferentes a las que existieron en la antigüedad, porque
consideran al hombre amo activo de la naturaleza y a partir de este
dominio, se propone transformar la totalidad de su existencia social.
Actualmente es evidente el vínculo esencial entre ciencia y tecnología.
"En esencia la nueva ciencia es tecnológica" 1.
De esta manera se intenta, identificar desde el campo de las humanidades
¿cuál sería el verdadero centro de la técnica
desde la filosofía?
El hombre moderno ha llegado al límite
de la creación, ha generado no sólo lo divino
sino lo monstruoso, pero no es el hecho lo que lo detiene a pensar,
sino la forma en cómo hoy se borran las fronteras, no podemos
distinguir ya entre lo natural y lo artificial, si pensábamos
de manera ingenua que la Naturaleza existe a fuera y es en sí
misma, ahora después de un largo viaje entre los imaginarios
de la modernidad, es casi imposible de sostener dicho juicio.
Parece sencillo ironizar en torno a la forma en cómo la ciencia
ficción visualizó el futuro, que presenta un humano mecánico,
donde cohabitan miembros protéticos con miembros naturales.
Parece simple distinguir entre un brazo y una palanca, entre el cerebro
y una computadora, pero paulatinamente nos enfrentamos a procesos naturales
que son alterados de su orden original, es decir, son controlados por
entidades tecnológicas. Dichos procesos habitan el interior de
su lógica original y han sido manipulados al extremo de lograr
una replicación artificial de esas entidades y procesos
naturales. Basta observar los avances fascinantes a los que ha llegado
la biotecnología, podemos con un solo nombre reunir la grandeza
más devastadora que se pueda haber imaginado el individuo: el
genoma. De alguna manera refleja la idea de evolución progresista
que está implícita en la ciencia, misma que conlleva a
extremos terroríficos porque al igual que hemos creado artificialmente
elementos naturales, podemos ya hoy producir seres vivos e inventar
nuevas espacies.
Si ya no hay nada que divida lo natural de lo artificial, si las tecnologías
pueden introducirse en las entidades y los procesos naturales, desde
dentro, ese control supone un conocimiento científico de lo íntimo.
Aquí y ahora se vuelve materia la potencia, aquella potencia
que era pura posibilidad en los sueños de Leonardo; lo que nunca
pensó es que el efecto resultara tan macabro, ya que hace tangible
que los procesos y entidades materiales puedan hoy construirse o sintetizarse
tecnológicamente en el laboratorio y más tarde, si es
el caso, producirse en la industria.
Hasta qué punto la idea de control queda limitada a la manipulación
genética. Hemos llegado a un punto donde el concepto de control,
se vuelve uno de los fundamentos de Occidente. La epistemología
subjetiva que manipula al objeto, lo vuelve imagen, información.
El entorno virtual en el que vivimos ha perdido fuerza la vivencia real,
"el arte vale más que la verdad." Orson Welles demostró
(quizá por accidente) los efectos materiales de la simulación.
La simulación de un boletín de noticias en que se anunciaba
que unos alienígenas habían invadido la tierra provocó
un leve pánico en el público. Sólo había
cierto grado de credibilidad en lo que a la verdad de la historia se
refiere. Simultáneamente, toda la historia era verdad y toda
la información era mentira, en aquel momento en que hizo erupción
lo hiperreal. Este tipo de narrativa se reproduce, con algunas diferencias,
en la década de los 90, en el marco de la cultura de la resistencia
electrónica. Esta forma de resistencia no funciona haciendo lo
que actualmente se caracteriza como arte, porque el arte está
inmerso en las mismas políticas estratégicas del mercado.
Para dislocar la naturaleza de la técnica, habrá que modificar
las tácticas convencionales. Lo cierto es que, al pasar el arte
del ámbito ritual al político, surgen las instituciones
que lo regulan. De alguna manera, la obra de arte queda destinada, como
observó atinadamente Benjamin, a una "estética de
choque". Un caso paradigmático es el cine, donde ya no se
habla de una experiencia interior e individual, sino que la experiencia
se masifica, especialmente a partir del nacimiento de la industria cinematográfica.
En la actualidad, el carácter masivo de la experiencia es también
característico en las obras pensadas para la red.
Aparte de la desvinculación práctica de las sociedades
actuales del ámbito político, podemos agregar, siguiendo
a José Luis Brea, una creciente "institucionalización
específica de la cultura de lo alternativo en las prácticas
artísticas y posartísticas contemporáneas",
por lo que el proceso de absolutización de la racionalidad técnica
alcanza un nivel crítico, pues en el siglo en que la técnica
llega al tope de su evolución, no podemos seguir pensando de
manera progresista y esperando que la ciencia y la técnica sean
la salvación. Por lo pronto, una de las posibilidades es resistir
al embate avasallante de esta racionalidad dominadora. Aunque en la
actualidad los Estados se protegen de la rebeldía incluyendo
al arte como un aliado, aun así la búsqueda sigue. Una
de las consecuencias más interesantes de esta búsqueda
se encuentra en la labor de los grupos llamados hacktivistas
,
que revierten la lógica del arte utilizando las mismas tácticas
del F.B.I. y de la C.I.A., sólo que de manera inversa, basándose
en la desobediencia civil electrónica y en la simulación.
Pensemos en una de las prácticas artísticas contemporáneas
apoyándonos en el concepto de "teatralización de
la resistencia". A partir del teatro callejero, algunos grupos
como Critical
Art Ensamble ,
toman la red como escenario para llevar a cabo una ciberguerra con fines
políticos. Recordemos cuando, en 1999, circuló la noticia
de que bandas de adolescentes hackers (conocidos como script-kiddies)
habían saboteado el servicio del F.B.I. en la red y, días
después, otras páginas como la del senado y la del ejército
estadounidenses. Los periódicos, que publicaron el suceso, se
preguntaron si era posible que un grupo de adolescentes pusiera en ridículo
al gobierno más poderoso del planeta. La respuesta fue afirmativa.
El análisis del problema de la técnica como estrategia
de dominio nos deja desangelados. La Posmodernidad puso en crisis el
concepto de progreso desocultando lo que está detrás de
la tecnología: nos permitió vislumbrar que las nociones
de evolución y de progreso no necesariamente traen como consecuencia
resultados positivos para la humanidad. Por esto, se hace indispensable
preguntarnos, una vez más, acerca de la tecnología, intentando
poner de manifiesto su naturaleza propia, dejando que hable ella misma.
Pero no creamos que una pregunta adecuada sea la que conlleve una respuesta
legitimadora del carácter dominador de la técnica. Muchos
de los pensadores que han ocupado su tiempo en este asunto justificaron,
abierta o veladamente, ese carácter. Pienso que por esta razón
son importantes los "usos desobedientes de la tecnología"
como punto de apoyo para aproximarnos críticamente a otra manera
de entender el fenómeno científico y tecnológico.
Lo que hace falta, tal vez, es hallar en esta lógica del aparato
una forma distinta de relacionarnos con la naturaleza. Sabemos que la
tecnología está mucho más cerca del humano contemporáneo
que la naturaleza-physis, pero ¿acaso este hecho nos
garantiza entender la técnica como nuestro destino inevitable?
Pienso que es necesario replantear el problema de la técnica
y como afirma José Luis Brea pensarlo de forma no técnica,
como poiesis, como principio genuinamente productivo.
Graham Bell, creía que con la invención del teléfono
iba a poderse "comunicar con los muertos del futuro". Ahora
que el futuro es irreversible, resta entablar un diálogo entre
la máquina y el artista.
1. Willliam Barret, La ilusión de la técnica
p.182