INDAGAR SOBRE LA ARTIFICIALIDAD
humana resulta paradigmático, ya que el hombre contemporáneo,
después de la Modernidad, desarrolló una relación
muy estrecha entre éste y la tecnología. De hecho, estamos
ya en la era de los cyborgs, pero no podemos tener a primera
vista una lectura precisa de lo que encierran las imágenes apocalípticas
de los cyborgs; de manera inmediata, seducen nuestra ambición
por asir al ser perfecto, más que mostrar una discapacidad alterada,
modificada por una serie de artificios mecánicos que se hacen
presentes como el símbolo del deseo.
A partir de dilucidar el secreto de la Naturaleza,
la tradición hermética engendró, bajo el concepto
de creación, la idea de generar un universo propio, sustentado,
a su vez, por el concepto de progreso. Así, el hombre es un creador;
él constituye el orden de los objetos, modifica y altera el orden
natural y crea otro artificial. La discusión aquí no es
tratar de reconciliarnos con lo natural, sino hallar la propia naturalidad
de lo artificial.
El cyborg
es uno de los mitos más interesantes del siglo XX; nos confronta
constantemente, pero de manera velada, ya que la forma como abordó
la ciencia ficción el avance científico nos fascina más
de lo que nos convence. La idea es que volvamos a preguntarnos por tan
compleja maquinaria.
Cuando la tecnología que se desarrolló después
de la Segunda Guerra Mundial permitió reconstruir física
y psicológicamente hombres mutilados, el avance tecnológico
se hizo realidad y la lejana idea de Descartes: el cuerpo es una
máquina cobró sentido. La importancia de la frase
se halla en la lectura que hoy podemos darle; el hombre es ya un híbrido.
La metáfora del hombre prototipo revela o cuestiona el problema
del cuerpo. Por un lado, evidencia las obsesiones de la sociedad contemporánea:
un cuerpo idílico, andrógino, asexual e incluso bisexual.
De manera paradójica, aunque hay una exaltación del cuerpo,
hay también un desconocimiento y olvido de éste, que generan
una lejanía ante nuestra propia materia. Vivimos la experiencia
de nuestra corporeidad como imagen, que de alguna forma casi siempre
está mediada por una ideología que, al globalizar un estándar
ideal de imagen, dicta cómo tiene que ser la apariencia, olvidando
las características propias de cada cultura y resucitando el
cuerpo para llevar al extremo su arquetipo y configurar la tecnología
de la reconstrucción con el fin de inventar una nueva forma de
hacernos creer en la eternidad.
Quizá lo que encierra la reflexión sobre el hombre prototipo
es que desde el Renacimiento somos cyborgs involuntarios: la
mano es ya un aparato. "Cómo hallar una
fórmula para este aparato que sucesivamente, hiere y bendice,
recibe y da, alimenta, presta juramento, marca compás, lee en
el ciego, habla con el mundo, se hace martillo, tenaza, alfabeto"
1.
A segunda vista, observamos que el cyborg nos incita a reflexionar
sobre algo más que el cuerpo; en concreto, sobre el problema
implícito en la paulatina desarticulación de la subjetividad
humana.
La triada animal-hombre-máquina se ha comprendido, de manera
progresiva, como si deviniera de una evolución dominante, poniendo
a la tecnología como el camino ascendente de la humanidad. Pero
si le damos otra lectura a esta triada, y no la entendemos de manera
evolutiva, es posible proponer que las fronteras entre lo animal y lo
maquínico se vayan diluyendo. ¿Será entonces que
la separación entre natura y artificio ya no
es pertinente? Si esto es afirmativo, el planeta entero es ya un cyborg,
mezcla de organismos digitales in silico ,
organismos biológicos in vitro y organismos naturales
que cohabitan haciendo que la línea de la vida se haga mucho
más compleja y difusa.
¿Habrá entonces, una vez más, que replantear el
concepto de vida, de humanidad, para no hablar de un posthumano, sino
de un prototipo de eso que creímos alguna vez que éramos?
1. Valery, Discurso de cirujanos, p.52